jueves, 19 de abril de 2012

El anatidaefóbico I

Anatidaefobia: miedo a que te mire un pato. Es decir, la persona anatidaefóbica teme que un pato le mire y siente que siempre hay uno o más observándole. No importa dónde ni cuándo. ¡Qué cojones! No importa que sea un pato.

Mi relación con Juan el anatidaefóbico fué dura e intensa. Es curioso lo que un pato puede limitar una vida de pareja.

Mi comida favorita se volvió el pato a la cantonesa y en vez de decir, como buena andaluza, "pa tó",  decía "pato". "Patito" en vez de "pa toíto".


Los paseos por el parque con su laguna llena de patos atesoraban grandes momentos. Los expertos recomiendan que en caso de llevarles pan a los patos de un estanque, sea integral y lo depositemos fuera del agua en lugar de tirarlo dentro, así saldrán cuando tengan hambre a comerlo. Yo los hubiera llevado de tapas con tal de ver la cara de Juan. Pero me conformaba con echarles miguitas traicioneras cuando él no miraba. Y es cierto, los patos salen. Y te siguen. Ellos hacen "cuack cuack"; los anatidaefóbicos: "¡¡¡Aaaargh!!!".

Lo peor es cuando pensaba en el futuro y nos imaginaba con niños. Entonces me venía a la cabeza una imagen aterradora: la hora del baño. ¿Cómo le explicaría a mi hija que papá no la bañaba porque sus patitos de goma le miraban con ganas?  ¿Y qué haríamos con Pocoyó y sus amigos (Pato, Elly, Pajaroto...)? 

Aunque sabía que jamás habría descendencia. No mientras echar un polvo fuera un requisito fundamental... El sexo. El sexo con alguien que está obsesionado con que le observan unos patos no es fácil. No, salvo que seas voyeur y disfrutes de que otros te miren. "No, que nos  miran" era la frase que más repetía cuando "me dolía la cabeza".


Cortar con él fué fácil. No tuve que convertirme en una cabrona para que me dejara, ni soltarle un largo soliloquio de incompatibilidades. Sólo tuve que amarle con locura:



"Te quiero como quieren los patos. Patoda la vida"


Aún debe estar corriendo.

miércoles, 29 de febrero de 2012

El inglés II

Entre el inicio y el final de mi historia con el inglés hubo citas. "Citas". O citas. O "Oh! Citas!" O salidas de mierda, simple y llanamente.

Una de ellas fué al cine. Cuando tocó pagar las entradas hice mi habitual amago de sacar la cartera para pagar (es un gesto lento, vago, con el tempo necesario para que la otra persona suelte el billete antes) pero había olvidado mi monedero. Técnicamente estaba timando a un guiri, pero era España, aquí se puede. Con las palomitas cargadas y las bebidas nos sentamos en las butaca. Yo iba monísima con mi vestido turquesa escotado: tenía que compensar mi falta de BIlingüismo con dos buenas...

De repente la tragedia: un giro inesperado de la pajita de mi vaso y la tapa se salió... No sé porqué esperaba que el medio litro de coca-cola que había derramado sobre mi vestido se evaporaría mágicamente. Pero lo esperaba. En mi interior yo sabía que YA NO iba monísima con mi vestido turquesa aunque fuera escotado. Aún así la sangre se me estancó en algún lugar lejos del cerebro o directamente se me cayó al vestido también porque en un intento de "disimular" mi metida de pata no me atreví ni a coger el bolso para tomar un pañuelo y secarme (no quería que se diera cuenta de lo que había hecho... ya se lo comentaría el manchurrón marrón en medio del vestido). Me quedé tan tranquila viendo la película con mi charco de la chispa de la vida esperando por el milagro de la evaporación para que apareciera sin dejar, por supuesto, huella ninguna e igual de perfecta que recién salida de casa. Al fin y al cabo, ¿1/2 litro de coca-cola en un vestido turquesa? "Eso se evapora y sino saco más tetas", pensé.

Cuando la película terminó descubrí que él también se había tirado el refresco encima... Mis ojos brillaron. Se me salía el corazón de la mancha marrón del escote. ¿No era un encanto? Desde luego si esa era la clase de cosas que íbamos a tener en común no había esperanza para la ropa limpia.

La primera vez que quedamos fuimos tres. Él, Collins y yo... Collins Compact Plus Español-Inglés edición revisada. 2 kilos de diccionario de tapa gris y motivos morados que conjuntaban con mi minifalda negra y mis tacones de aguja. A decir verdad, el librito hacía mejor juego con mi ropa interior pero lo único que se iba a abrir esa noche eran las 800 putas páginas del diccionario. Y varias veces además. E iba a recibir patadas. Muchas patadas. "No tenemos una palabra para eso en inglés" fué la frase más repetida por mi guiri esa noche. "Creo que Collins no opina lo mismo" la mía.

Por supuesto la noche acabó con él cargando el diccionario. No sé cómo se hacen las cosas en Reino Unido pero en España se hacen así.

La última vez que nos vimos acabamos en su casa. De hecho "acabamos" varias veces. Cuando la mañana llegó él se fué a trabajar y me dejó sola en la casa durmiendo. Cuando desperté recordé que la casa estaba en el campo, C/Quinta puñeta, que las avispas eran invitadas asiduas deseando darle vidilla a mi fobia a ellas y que me había dejado con sus 18 perros fuera de la casa ladrando como condenados. Y sí, cuando durante toda tu infancia de algún modo acabas siendo menú de perro y te llevas algún mordisco, 18 perros fuera cuyo único vínculo con ellos es haber follado con el dueño, dan mucho, mucho miedo. Así que como no podía soportar los ladridos mientras estaba tumbada en la cama, pues me imaginaba que en cualquier momento alguno saltaría sobre mí a través de la ventana, decidí levantarme y poner algo de música para no oirles. De repente, el ordenador se colgó y John Mayer desarrolló una tartamudez repentina y sus músicos se volvieron locos. Pensé aterrada que los perros se darían cuenta de que estaba allí con la canción repitiendo el mismo trozo una y otra vez. "Lo saben. Saben que estoy aquí. Mierda." sustituía la letra de la canción en mi mente...