jueves, 7 de febrero de 2013

El piloto I

Quedamos para tomar un té. Él mascaba chicle. Me había dicho que era muy nervioso y se volvía patoso e inseguro con una mujer en las primeras citas. Supongo que por eso el chicle que masticaba acabó pegado a su culo... Nunca tires en una servilleta un chicle mascado y lo dejes en una silla en la que piensas sentarse después para acercarte a la chica que intentas seducir. Y menos en una servilleta de papel reciclado:los pegotes marrones no quedan bien pegados en el bolsillo trasero del pantalón.

"Soy piloto" dijo. Si ese era su control de la situación en condiciones de estrés, esperaba que ninguna aerolínea le contratara. Lo cierto es que, y es mi homenaje a las fuerzas aéreas, mi piloto cayó en barrena.

Cuando llegamos a su chalet me llevó a una habitación que daba al jardín y me regaló una rosa. En la magia de la noche una voz sonó. Vieja, gastada y preocupada: "¿Dieguito, hijo, eres tú?". Mi supuesto partidazo vivía con su madre. No solo. No. Solo no. Con su madre.

Con
su
madre.

Con
su
mamá.

"Mami, voy" dijo él. "MAYDAY. MAYDAY. Piloto cagándola solicita pista de aterrizaje para abortar follada. Cama en velocidad vertical. Nos comemos el suelo. MAYDAY. MAYDAY." oí yo.


En nuestras largas charlas él me contaba que no trabajaba para aerolíneas porque eso era como ser conductor de autobús del cielo, demasiado masivo, que él prefería ser piloto privado. Yo le decía que eso era como ser un taxista del cielo. Poco a poco, charlando, nos enamorábamos...



El pull and bear I

El pull and bear... aquella etapa en la que llamaba a los hombres según la ropa que llevaba a las citas. Cuando acabas dentro de una espiral de primeras citas horrorosas con tipos peculiares a los que probablemente no vuelvas a ver sin acabar odiando a la especie, quedar con chicos se vuelve básicamente una necesidad textil. Quedas para estrenar la ropa nueva. Esos trapitos monos de los que cuelga la etiqueta en el armario a la espera de planes apasionantes y citas fantásticas que nunca tienen lugar salvo en la imaginación en el probador de la tienda. El ambientador en ellas debe ser alucinógeno.  

Así que uno era "el de la falda de cuero roja", otro "el del corpiño azul"... y hasta podía categorizarlos por marcas: "Los Blanco no saben dónde está el clítoris" o "Los Bershka son unos salidos", etc.

Y así llegamos a "Jose el pull and bear": falda frambuesa talla 36 con abotonadura en la cintura. Ese era él: 98 % algodón 2% elastano. "El algodón no engaña" decía un anuncio. Qué gran mentira: Jose el pull and bear me puso dos cuernos como dos banderas. Puto elastano.























jueves, 19 de abril de 2012

El anatidaefóbico I

Anatidaefobia: miedo a que te mire un pato. Es decir, la persona anatidaefóbica teme que un pato le mire y siente que siempre hay uno o más observándole. No importa dónde ni cuándo. ¡Qué cojones! No importa que sea un pato.

Mi relación con Juan el anatidaefóbico fué dura e intensa. Es curioso lo que un pato puede limitar una vida de pareja.

Mi comida favorita se volvió el pato a la cantonesa y en vez de decir, como buena andaluza, "pa tó",  decía "pato". "Patito" en vez de "pa toíto".


Los paseos por el parque con su laguna llena de patos atesoraban grandes momentos. Los expertos recomiendan que en caso de llevarles pan a los patos de un estanque, sea integral y lo depositemos fuera del agua en lugar de tirarlo dentro, así saldrán cuando tengan hambre a comerlo. Yo los hubiera llevado de tapas con tal de ver la cara de Juan. Pero me conformaba con echarles miguitas traicioneras cuando él no miraba. Y es cierto, los patos salen. Y te siguen. Ellos hacen "cuack cuack"; los anatidaefóbicos: "¡¡¡Aaaargh!!!".

Lo peor es cuando pensaba en el futuro y nos imaginaba con niños. Entonces me venía a la cabeza una imagen aterradora: la hora del baño. ¿Cómo le explicaría a mi hija que papá no la bañaba porque sus patitos de goma le miraban con ganas?  ¿Y qué haríamos con Pocoyó y sus amigos (Pato, Elly, Pajaroto...)? 

Aunque sabía que jamás habría descendencia. No mientras echar un polvo fuera un requisito fundamental... El sexo. El sexo con alguien que está obsesionado con que le observan unos patos no es fácil. No, salvo que seas voyeur y disfrutes de que otros te miren. "No, que nos  miran" era la frase que más repetía cuando "me dolía la cabeza".


Cortar con él fué fácil. No tuve que convertirme en una cabrona para que me dejara, ni soltarle un largo soliloquio de incompatibilidades. Sólo tuve que amarle con locura:



"Te quiero como quieren los patos. Patoda la vida"


Aún debe estar corriendo.

miércoles, 29 de febrero de 2012

El inglés II

Entre el inicio y el final de mi historia con el inglés hubo citas. "Citas". O citas. O "Oh! Citas!" O salidas de mierda, simple y llanamente.

Una de ellas fué al cine. Cuando tocó pagar las entradas hice mi habitual amago de sacar la cartera para pagar (es un gesto lento, vago, con el tempo necesario para que la otra persona suelte el billete antes) pero había olvidado mi monedero. Técnicamente estaba timando a un guiri, pero era España, aquí se puede. Con las palomitas cargadas y las bebidas nos sentamos en las butaca. Yo iba monísima con mi vestido turquesa escotado: tenía que compensar mi falta de BIlingüismo con dos buenas...

De repente la tragedia: un giro inesperado de la pajita de mi vaso y la tapa se salió... No sé porqué esperaba que el medio litro de coca-cola que había derramado sobre mi vestido se evaporaría mágicamente. Pero lo esperaba. En mi interior yo sabía que YA NO iba monísima con mi vestido turquesa aunque fuera escotado. Aún así la sangre se me estancó en algún lugar lejos del cerebro o directamente se me cayó al vestido también porque en un intento de "disimular" mi metida de pata no me atreví ni a coger el bolso para tomar un pañuelo y secarme (no quería que se diera cuenta de lo que había hecho... ya se lo comentaría el manchurrón marrón en medio del vestido). Me quedé tan tranquila viendo la película con mi charco de la chispa de la vida esperando por el milagro de la evaporación para que apareciera sin dejar, por supuesto, huella ninguna e igual de perfecta que recién salida de casa. Al fin y al cabo, ¿1/2 litro de coca-cola en un vestido turquesa? "Eso se evapora y sino saco más tetas", pensé.

Cuando la película terminó descubrí que él también se había tirado el refresco encima... Mis ojos brillaron. Se me salía el corazón de la mancha marrón del escote. ¿No era un encanto? Desde luego si esa era la clase de cosas que íbamos a tener en común no había esperanza para la ropa limpia.

La primera vez que quedamos fuimos tres. Él, Collins y yo... Collins Compact Plus Español-Inglés edición revisada. 2 kilos de diccionario de tapa gris y motivos morados que conjuntaban con mi minifalda negra y mis tacones de aguja. A decir verdad, el librito hacía mejor juego con mi ropa interior pero lo único que se iba a abrir esa noche eran las 800 putas páginas del diccionario. Y varias veces además. E iba a recibir patadas. Muchas patadas. "No tenemos una palabra para eso en inglés" fué la frase más repetida por mi guiri esa noche. "Creo que Collins no opina lo mismo" la mía.

Por supuesto la noche acabó con él cargando el diccionario. No sé cómo se hacen las cosas en Reino Unido pero en España se hacen así.

La última vez que nos vimos acabamos en su casa. De hecho "acabamos" varias veces. Cuando la mañana llegó él se fué a trabajar y me dejó sola en la casa durmiendo. Cuando desperté recordé que la casa estaba en el campo, C/Quinta puñeta, que las avispas eran invitadas asiduas deseando darle vidilla a mi fobia a ellas y que me había dejado con sus 18 perros fuera de la casa ladrando como condenados. Y sí, cuando durante toda tu infancia de algún modo acabas siendo menú de perro y te llevas algún mordisco, 18 perros fuera cuyo único vínculo con ellos es haber follado con el dueño, dan mucho, mucho miedo. Así que como no podía soportar los ladridos mientras estaba tumbada en la cama, pues me imaginaba que en cualquier momento alguno saltaría sobre mí a través de la ventana, decidí levantarme y poner algo de música para no oirles. De repente, el ordenador se colgó y John Mayer desarrolló una tartamudez repentina y sus músicos se volvieron locos. Pensé aterrada que los perros se darían cuenta de que estaba allí con la canción repitiendo el mismo trozo una y otra vez. "Lo saben. Saben que estoy aquí. Mierda." sustituía la letra de la canción en mi mente...



domingo, 21 de febrero de 2010

El compositor asexual II

"¿Y si me quiero acostar con otras?" preguntaba. "Es que yo no sé si quiero una relación seria porque...¿y si me quiero acostar con otra tía? Que no quiero, pero, y si quiero, ¿qué?"

A priori este diálogo puede parecer normal: chico que no quiere una relación seria porque tiene mucho que "profundizar" con otras mujeres, pero no nos dejemos engañar. Recordemos:

"...a las 4 de la mañana de aquel día tenía a ese hombre metido en mi cama...y sólo en mi cama. “No lo entiendo, es la primera vez que me pasa”. “No sé qué me ha pasado” seguía él." (El compositor asexual I)

Bien, tenemos a un hombre adulto incapaz de meter el ratoncito en la jaula. Un hombre que izaba bandera tan rápido como la bajaba, viviendo en una erección permanente inconclusa, salvaje y apasionado hasta que la mujer le susurraba: Uga Uga Chaka Chaka y "ellos", hombre y ratón, se atemorizaban.

Con esta imagen mental formada, retomemos la historia:


"¿Y si me quiero acostar con otras?" preguntaba. Esta debería haber sido la conversación que le precedió:

Él: ¿Y si me quiero acostar con otras?
Yo: ¿Pero puedes?
Él: Es que yo no sé si quiero una relación seria porque, ¿y si me quiero acostar con otra mujer? Sería renunciar a la oportunidad de hacer algo que quiero, llegado el momento.
Yo: ¿Quieres decir que querer es poder?
Él: Que no quiero, pero, y si quiero, ¿qué?.
Yo: Pues si no quieres, y sabemos que no puedes, ¡¿DE QUÉ COÑO ESTAMOS HABLANDO, PEDAZO DE GILIPOLLAS?!

Pero no ocurrió así. Y le dejé hablar. Nunca dejes hablar a alguien que no sabe dónde tiene la cara. Nunca. Salvo que quieras escribir un blog. Llegarás a filosofar sobre el amor de forma muy rara:

Él: Es que no sé si es amor. Quiero decir. ¿Qué es el amor? Puede que sea amor pero no como lo entiende todo el mundo. Es como la Alhambra. No es lo mismo para todo el mundo, ¿comprendes?
Yo: Tú me estás vacilando, ¿no?
Él: No, a mí la Alhambra me puede hacer sentir una cosa, y a ti otra.
Yo: Ya, pero los dos sabemos dónde está la puta Alhambra si decimos "vamos a la Alhambra". ¡¿Por qué coño estamos hablando de la Alhambra?!

Y seguimos hablando:

Él: El enamoramiento es un estado de miseria mental en que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza.
Yo: ¿Me estás citando a Ortega y Gasset para cortar conmigo? ("estrecha, empobrece y paraliza?" pensé).
Él: No, joder, es que he leído mucho sobre él. Y creo, como él, en un amor menos convencional, más...
Yo: ¿Menos convencional? ¿Por eso esta tarde querías presentarme a tu hermana y a tu perro?
Él: Mira, no sé, ¿tú qué piensas?

¿Yo? Yo pensaba en lo fácil que sería con otro acabar esta estúpida conversación simplemente echando un polvo...

(Continuará)

jueves, 18 de febrero de 2010

Raúl, el Profesor de Conservatorio I

¿Por qué? ¿Por qué cuando decides jugar a ser sexy, semi vestida con unas medias de liga super monas, super caras, con encaje y blonda, tu chico te dice: "No, no, ¿tú no sabes que queda fatal hacerlo con los calcetines puestos?"

Una frase como esa te hace protagonista hoy, querido cabrón, de mi blog.

Raul, el profesor de conservatorio. Una persona que tarareaba las canciones en notas aunque se supiera la letra no podía ser de fíar. "Buenas noches, bienvenidos, hijos del rock'n'roll, los saludan los aliados de la noche" no estaba definitivamente hecha para canturrearse "MiMiMiMiMiFaLaLa LaLaSolFaFaMi" (o lo que fuese). Que parara de follar para sacar la melodía de una canción que sonaba de fondo sólo lo había confirmado: entre mis sábanas y mi almohada tenía a otro tarado.

Si tengo que ser sincera, debo admitir que el chico había dejado, sin pretenderlo, muchas señales y todas decían: "Corre. Corre YA".

Pero me hice la sorda. La sorda, la ciega, la tonta y hasta la gilipollas. Y lo peor: lo había provocado yo. Yo, preguntando como una jodida graciosa qué nota producía la señal del ascensor cuando salíamos de él. Yo, canturreando Sonrisas y lágrimas mientras insistía: "Do es nombre de varón. Re selvático animal... No, esas no son, ¿no?". Yo, ironizando con risa de hiena: "De verás que sin ese dato no sé si podré subirme al ascensor otra vez". Yo, que debí decirme a mí misma: "¡CÁLLATE LA PUTA BOCA!" Y sin embargo, yo, que le dije: "Capaz eres de ponerte en el teclado a sacarla en cuanto entremos por la puerta" y él que respondió: "Me pongo, claro que me pongo, me pondré".

Y se puso.

SE.

PUSO.

(continuará)





miércoles, 17 de febrero de 2010

Daniel el PT I

Hay amistades tontas, pero tontas, tontas. Supongo que el aburrimiento veraniego ayuda a sustentarlas. Solo eso explicaría una amistad que podría resumirse en esta línea de conversación:

-Eres un soso, tío.

_Anda que no.

Mi amistad más tonta del 2009 estival fue Dani el PT. Dani era profesor de educación especial. Normalmente PT significa Pedagogía Terapéutica. Para mí, Dani el PT era igual a: “Dani el Profesor Traumatizado”. Aquel hombre no estaba bien.

Recuerdo la noche de San Juan y su secuencia de hechos: quedé con él y sus amigos; como un soso necesita a otros sosos para no ser el más soso de ellos y destacar, sus amigos decidieron que cenar apalancados en el sofa viendo la tele ya había sido suficiente juerga por San Juan y recibí estupefacta el siguiente mensaje en mi móvil: “ Mis amigos están cansados y no quieren salir, y yo estoy muerto también. ¿Tu estás muerta?” Muerta me quedé.

Supongo que el cabreo por haberme quedado tirada 5 minutos antes de la hora acordada, toda arreglada y mona, me contuvo de responder cosas como “Sí, estoy muerta, te hablo desde el tanatorio. Mueve tu culo gordo que llegas tarde, y se me están apagando las velas.”

Imagino que aunque luchemos por la igualdad, aún existen algunas diferencias entre hombres y mujeres, y desde luego, cuando una es una mujer coqueta y presumida, arreglarse para quedar implica algo más de 5 minutos y hacerlo para acabar poniéndose el pijama sin pisar la calle antes puede no ser el objetivo. Un rato de secador, sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate, y elegir el vestido adecuado requiere un esfuerzo y no, no importa que estés igual de fea que al principio: hasta quedar mal implica un tiempo.

Así que cuando aquel traumatizado anuló la cita, me cabreé y mucho. Surgió así el tira y afloja vía sms. El, que ya estaba en su casa, insistía en venir a recogerme y vernos. Y yo intentaba hacer gala de mi asertividad recién aprendida con frases como “¿Crees que voy a volver a vestirme otra vez sólo porque tú quieres? No eres el único que decide aquí.” Pero dió igual. Mi asertividad de papel cuché me llevó a arreglarme de nuevo y bajar a verle cuando plantó su coche en mi acera y amenazó con no moverse de allí hasta que bajara.

He de reconocer que hubo un momento mientras estaba con él que me conmoví. Mis ganas de venganza aflojaron cuando él me dijo que ya estaba en la cama cuando me propuso venir a recogerme. (Había pasado una hora entre mensajes y pelea antes de finalmente vernos.) Me conmoví. Soy así: una blanda. Se había salido de la cama sólo para verme porque yo estaba enfadada y aunque medio cerebro mío pensaba en lo gilipollas que resultaba quedar, desquedar, meterse en la cama y salirse para venir ante la sencillez de simplemte no haber anulado la cita, la otra mitad se emocionaba ante semejante gesto pensando: "Vaya. Este chico responde bien a la presión".

Así que estaba yo a punto de perdonarle, cuando de repente llegamos a mi calle y paró el coche para dejarme sólo una hora después. Podría decirse que "me habia sacado a pasear" durante una hora de reloj. Sesenta malditos minutos en los que me hubiera cagado en él y su madre minuto a minuto. Aquella noche me había arreglado dos malditas veces, ¡por dios! Había tardado más en arreglarme que en verle. De modo que cuando paró hábilmente en el único sitio de mi barrio donde no se podía charlar relajadamente cinco minutos antes de despedirse, en doble fila en plena calle transitada, Amy Winehouse apareció en la radio con su canción “rehab”, para darme la clave coreando: “no-no-no”. No, Dani, no. (continuará)